El yoga, la paradoja del ejercicio físico y la salud cardiovascular

Este artículo tiene dos posibles destinatarios: en primer lugar, aquellos que practican yoga, pilates o tai chi de manera regular como entusiastas de estas disciplinas y en segundo lugar los que trabajan profesionalmente como instructores de las mismas y cuya situación es diferente a quienes la realizan como una actividad física estructurada de tiempo libre, ya que ambos grupos podrían beneficiarse de comprender mejor la naturaleza de estas prácticas observadas desde el paradigma de “la paradoja del ejercicio físico”; un concepto acuñado por varios investigadores científicos para explicar las consecuencias del trabajo físico ocupacional en relación a la actividad física programada y que intentaremos desglosar a lo largo del artículo. 

Hoy en día nadie pone en duda la necesidad de realizar ejercicio físico de manera regular en sociedades sedentarias y actualmente hay numerosos estudios que avalan los beneficios de la actividad física en el tiempo libre (leisure time physical activity o LTPA) dentro de la cual está por supuesto incluída la práctica del yoga postural moderno en sus muchas variantes, en contraposición a la actividad física ocupacional (occupational physical activity o OPA), [1] en especial la de alta intensidad.

Existen diferentes guías por parte de organismos oficiales como la Unión Europea y la Organización Mundial de la Salud de cuánto y el tipo de ejercicio que deberíamos realizar a la semana para mantenernos saludables. Algunas generalidades incluyen estas directrices: “Al menos 150 minutos de actividad física aeróbica de intensidad moderada a lo largo de la semana o hacer al menos 75 minutos de actividad física aeróbica de intensidad vigorosa a lo largo de la semana o una combinación equivalente de actividad de intensidad moderada y vigorosa” [2]. Veamos entonces qué paradoja se esconde bajo el título de este artículo sobre el que, a mi juicio, es un tema con  poca difusión y del cuál, de momento, no existen estudios específicos en el creciente nicho de actividades que englobamos bajo el paraguas “cuerpo-mente”. 

El trabajo físico ocupacional ha ido disminuyendo en los llamados países industrializados pero sigue constituyendo el día a día de millones de personas y ha sido por milenios la principal forma de actividad física que hemos realizado los seres humanos y no necesariamente ejerce como un factor en detrimento de la salud.

¿Qué es “la paradoja de la actividad física”?

La paradoja de la actividad física es un término que actualmente es utilizado por científicos del deporte y ocupacionales para defender la hipótesis de que la actividad física de ocio promueve la salud, mientras que la ocupacional de alta intensidad la perjudica. Es decir que cuando estamos realizando un trabajo físico en el ámbito laboral como impartir una clase de gimnasia o cualquier otro manual, como el de cuidar ancianos o el que realiza un obrero de la construcción, estamos realizando actividades que caen en dicha categoría. Menciono el ejemplo de un profesional del ejercicio intencionalmente como podría ser un instructor de yoga o pilates porque es una paradoja dentro de otra de la cual hablaremos luego. En definitiva, si bien hay muchos otros factores que influyen en nuestra salud de modo global, con solo realizar actividad física durante la jornada laboral podríamos perjudicar nuestra salud si no tomamos los cuidados suficientes. 

Dentro de estos factores que van en detrimento de la salud existen varias causas que aparecen de manera recurrente en la mayor parte de los estudios científicos: a menudo el trabajo físico ocupacional tiene una intensidad demasiado baja o una duración demasiado prolongada para mantener o mejorar el estado cardiorrespiratorio y la salud cardiovascular. La mejora de la aptitud cardiorrespiratoria requiere una alta intensidad de actividad física durante períodos breves. Sin embargo, las intensidades promedio durante una jornada laboral que excedan los niveles recomendados para estos períodos más prolongados en realidad pueden afectar la salud cardiovascular.


Factores socioeconómicos de la paradoja del trabajo físico ocupacional

Un componente que a menudo se suele valorar en los estudios sobre esta paradoja es el aspecto socioeconómico: a menudo quienes realizan los trabajos más básicos son los que peores hábitos de salud tienen. Aunque quizás esto pueda ser considerado un comentario por algunas personas como estigmatízate para la clase trabajadora, de acuerdo a las conclusiones de algunos investigadores, «el hallazgo puede simplemente reflejar una mayor probabilidad de que las personas en trabajos manuales tengan estilos de vida menos saludables en los que la dieta, el tabaquismo y el consumo de alcohol conspiran para reducir la esperanza de vida.» [3].  Pero por otro lado, en lo que respecta a la subcultura del mundo del yoga, informalmente podríamos aventurarnos a especular que este no es un factor determinante ya que es un sector en el cual llevar una dieta y hábitos de salud adecuados parecen estar más presentes que en otros colectivos. Quizás esto se deba a que el yoga es menos popular entre las minorías raciales/étnicas y las poblaciones de bajos ingresos y su práctica es predominante en entornos urbanos de ingresos medios y altos [4] como ponen de manifiesto los escasos estudios científicos que intentan descifrar quiénes practican y enseñan las actividades que actualmente etiquetamos bajo el paraguas “cuerpo-mente”. 

¿Alcanza solamente con practicar yoga o pilates para acercarnos a estos valores recomendados?

Aunque para una persona sedentaria asistir a una clase o dos semanalmente de yoga o pilates será mejor que no realizar ejercicio, el principal problema que plantea la práctica por sí sola de estas actividades es que si bien tienen innegables beneficios para ayudar a reducir el estrés y ralentizar la actividad del organismo (especialmente la de yoga) y mejorar la movilidad del sistema miofascial y la motricidad, y sobre estas virtudes de las actividades cuerpo-mente sí hay evidencia empírica creciente que rubrican estos beneficios, poco pueden hacer por ayudarnos en lo que respecta a realizar actividad aeróbica. La paradoja es que cuando ganamos en un aspecto de la práctica perdemos en otro, ya que estamos descuidando una parte importante de la salud cardiovascular al no realizar suficiente actividad aeróbica. Tal como hemos visto en algunas de las directrices generales en relación al ejercicio, otra opción sería realizar actividad física de intensidad moderada al menos dos horas a la semana. Y estas directrices deberíamos observarlas teniendo en consideración que probablemente no hayamos evolucionado para hacer ejercicio de manera estructurada como lo hacemos hoy en día, [5] pero finalmente lo necesitamos para mantener la salud, ya que en las sociedades postindustriales el trabajo físico ocupacional intenso se ha reducido considerablemente. Lo que antaño fue una parte ineludible de la vida diaria por la sola razón de asegurar la supervivencia (sea cazando, recolectando o trabajando en una agotadora jornada en la agricultura), hoy vuelve a serlo por obligación de mantenernos activos, sea corriendo sobre una cinta en el gimnasio de una gran ciudad o bien estirando el cuerpo sobre la esterilla de yoga entre las muchas opciones que hemos ido desarrollando para compensar la falta de trabajo físico.

El yoga postural y la salud cardiovascular 

Pero entonces, ¿cómo podríamos hacer para que nuestra práctica de yoga nos ayude en esta tarea? ¿Quizás practicando estilos vigorosos como el ashtanga yoga que enfatiza los movimientos rápidos entre posturas como el saludo al sol? Aunque de esta manera haremos un poco más en este aspecto, la poca evidencia con respecto a este tema demuestra que incluso los estilos más vigorosos de yoga postural [6], apenas cubren las necesidades de estas guías de ejercicio en lo que respecta a la salud cardiovascular. En general, siempre tenemos que  sacrificar algo en lo que respecta al ejercicio: los movimientos pausados del taichi, el yoga o el pilates no pueden darnos los beneficios de otras actividades físicamente más demandantes como el ciclismo, correr o la natación; y por otro lado, las actividades aeróbicas no pueden dar respuesta las necesidades que cubren las primeras. Por lo tanto, tal como la idea de tener una dieta saludable y variada ha ido calando en el imaginario colectivo, quizás lo mismo debería suceder con los que solo se abocan a la práctica de las llamadas disciplinas cuerpo-mente. Y por el lado de los que consideran que el ejercicio ha de ser extenuante para considerarlo como tal, quizás trabajar alguna técnica corporal como las últimas, les ayudaría a mantener una mejor movilidad y elasticidad muscular así como también mejorar y refinar su interocepción, propiocepción y motricidad.

Por supuesto que las guías que elaboran las administraciones públicas y organismos internacionales como la OMS se basan en modelos estadísticos que no tienen en cuenta los parámetros individuales, ya que quizás para una persona mayor pueda estar contraindicado un ejercicio extremadamente vigoroso, pero en su medida, una caminata de intensidad moderada pueda ser necesaria para ayudar a acercarnos a estos valores recomendados y que contribuyan a que nuestra “dieta” de ejercicio no sea una monodieta. 

En el cuadro que ves abajo verás una comparación aproximada de la actividad cardiovascular en una clase de yoga, una de pilates y otra de ciclismo que he confeccionado a partir de datos tomados de mi práctica personal con un smartwatch, que aunque no sean del todo fiables tal como pueden serlo otros equipos más sofisticados y preciosos, nos pueden dar una idea aproximada de la actividad cardíaca en estas tres actividades y que como verás es significativamente menor en las dos primeras. 

Aunque los estilos más vigorosos de yoga postural moderno probablemente generen una mayor actividad cardiovascular, siempre suelen estar lejos de la media requerida y la que por ejemplo podemos obtener de una sesión intensa de ciclismo. Hay una larga discusión sobre este tema en la obra de William Broad, “La ciencia del yoga”.

La paradoja del ejercicio físico en los profesionales del yoga 

Aunque es difícil estimar a falta de datos y estadísticas fiables cuántos profesionales hay dedicados a la enseñanza del yoga y el pilates en España y en la Unión Europea en una profesión donde un porcentaje importante la imparte como una actividad a tiempo parcial, no hay duda que el número ha crecido y la figura de estos profesionales no es una imagen extraña en la cultura popular como podía serlo sin ir más lejos hace unas pocas décadas atrás.  

La primera consideración obvia y que cuando nos dedicamos a esta actividad profesionalmente y de la cual es fácil hacer caso omiso, pero en vista a los indicios que tenemos y que nos ocupa en este artículo es que impartir una clase no es tomarla. A menudo un instructor realiza la clase al tiempo que está dando instrucciones hablando, lo cual requiere un gasto energético mucho mayor que solo realizarlo sin hablar como es el caso de quien la toma. 

Aunque quizás algún día el público que asiste a las clases sea capaz de emprender la tarea de observar primero y luego realizar lo que propone el profesional, hasta que ese momento llegue, que en algunos sistemas de ejercicios físicos modernos existe, en el mientras tanto, si queremos salvaguardar nuestra salud deberíamos tomar una serie de medidas para compensar la naturaleza física de nuestra ocupación y realizar algún tipo de entrenamiento que se mueva por encima del umbral en el que nos movemos facilitando estas actividades.

El síndrome del instructor de yoga “quemado”

El síndrome del profesor “quemado” es bastante frecuente en nuestra profesión, ya sea porque las clases están repartidas en varios centros de trabajo o bien no están económicamente bien retribuidas, situación que genera un desgaste físico, mental y emocional importante, que por supuesto no es la única profesión “precarizada” de nuestro tiempo. Pero lo paradójico es que quizás quien te ayuda a mover tu cuerpo y a respirar después de una larga jornada laboral que has pasado en un silla, también tenga que compensar la paradoja de su propio trabajo descansando y siendo remunerado adecuadamente. Aunque esta precariedad del sector es multifactorial y merecería que alguien en el mundo académico y de las ciencias de la salud le dedicara un estudio serio, dejaremos este tema para otro artículo y me concentraré en lo que podemos hacer para, al menos, mitigar los posibles efectos nocivos de nuestro trabajo. 

  • Realizar una actividad física regular de entrenamiento que se encuentre por encima del umbral de donde nos movemos a diario en nuestro trabajo, que en líneas generales en una actividad como el yoga o el pilates suele ser bajo. Esto quizás nos lleve a plantearnos realizar una hora o dos a la semana de natación o ciclismo para romper esa barrera y promover la salud cardiovascular a la cual el yoga no puede dar respuesta por la naturaleza misma de la práctica. 

  • Tener una dieta adecuada. Aunque en general la subcultura del yoga parece estar en sintonía y ser uno de los focos minoritarios desde donde se ha originado un vuelco hacia la población en general a tener una la alimentación saludable, también es una muy propensa a seguir ideas que muchas veces no están fundamentadas en hechos probados. La moda de los influencers de la vida sana pueden ser una puerta de entrada a seguir modas de dietas que van en detrimento de la salud y no a favor.

  • Descansar adecuadamente y en relación a la cantidad de clases que impartimos. El cuerpo necesita recuperarse en ciertos períodos de inactividad fructífera que reduzca los procesos inflamatorios leves que el ejercicio produce. 

  • Educar y educarnos cada tanto, en realizar en las clases primero las rutinas de trabajo y que los alumnos puedan copiar después. Aunque todos aprendemos por imitación, la limitación de este sistema es que puede agotar al profesor y no dar espacio al trabajo reflexivo individual, tan necesario para poder procesar una habilidad motriz a tiempo y forma propia. 

En definitiva, en lo que respecta a quienes toman clases de yoga, pilates o cualquier otra de las actividades que caen en el nicho cuerpo-mente como alumnos, deberían comprender que realizarlas tiene innegables beneficios subjetivos y objetivos sobre la salud, pero no pueden hacer mucho por la salud cardiovascular. En el caso de los profesores deberían también concienciarse del riesgo extra que supone trabajar de manera intensiva en un trabajo físico y que si este no se compensa con una actividad por encima del umbral en que nos movemos y con un descanso adecuado, este puede suponer un detrimento de la salud general, algo que quienes llevamos tiempo en la profesión sabemos que es un riesgo real y el cual casi todos hemos padecido y es la razón que me ha llevado a escribir este pequeño escrito, con la idea que otras personas se puedan beneficiar del mismo y evitar un desgaste innecesario.