Del yoga antiguo al moderno: la transformación de las posturas invertidas

Introducción

Las posturas que invierten intencionalmente la posición del cuerpo sobre la cabeza como śīrṣāsana o sobre los hombros, como la “vela” o viparītakaraṇī que se han vuelto tan visibles e icónicas en el yoga transnacional moderno, representan una pequeña parte en el desarrollo histórico del mismo y su práctica, originalmente estaba guiada por razones argumentales que examinaremos en este ensayo y que son bastante diferentes al porqué las practicamos hoy en día. 

Este cambio a posturas difíciles de dominar como las que hoy nos ocupan, se ha dado en el marco de una práctica que desde el medioevo indio en adelante, fue volviéndose cada vez más físicamente demandante y compleja; y que luego sería codificada en lo que actualmente reconocemos como el hatha yoga: un complejo sistema de prácticas y creencias religiosas que podríamos pensar de alguna manera como el pariente lejano del yoga moderno y que compartiendo una pequeña cantidad de ADN con su par antiguo, luego, producto de la globalización y ya convertido en algo diferente pero manteniendo algunos elementos resignificados del original, ha emigrado a los rincones más impensados del mundo donde los yoguis modernos disfrutan y padecen por igual realizando inversiones. Y a menudo, sin saber por qué las realizan o qué beneficios o peligros esconden dichas posturas, o incluso en los preparativos de realizarlas, se exponen a un reprobable escarnio público a manos de un tótem del yoga postural como BKS Iyengar.

Fotograma de un video de VHS con Iyengar dándole un sonoro golpe en el la espalda a una alumna en medio de una audiencia que asiente como si nada pasara al espectáculo de la humillación pública.

 I. Invertir el cuerpo como una forma de tapas

Algunas de estas prácticas ascéticas en forma de posiciones invertidas del cuerpo incluso perduran hasta nuestros días dentro de ese complejo mundo religioso que es el del hinduismo. Especialmente entre los sadhus pertenecientes a las diferentes sampradayas o sectas de practicantes, y entre aquellos cuyo camino espiritual es el yoga; y en el contexto original estas penitencias servían como una parte de lo que estos mismos denominan tapas y que literalmente quiere decir “calor” y hace referencia a un conjunto de austeridades que se consideran un medio para el desarrollo de la voluntad y la determinación del practicante y que a menudo suelen ser de naturaleza extrema: algunas consisten en encerrarse en un círculo de fuego con bosta de vaca ardiendo sobre la cabeza con temperaturas nada halagüeñas en el exterior, otras más singulares pueden consistir en rodar por el suelo durante años, o también elevar los brazos por encima de la cabeza llevando a cabo una penitencia llamada ūrdhvabāhu y asimismo, como no, colgarse boca abajo como un murciélago.

Esta ilustración del Joga Pradīpikā del siglo XIX nos muestra a un practicante realizando la llamada “penitencia del murciélago” y donde podemos observar al mismo colgando de un árbol sujetándose con unas cuerdas que lo amarran a los pies. Y en esta misma guía ilustrada de 1830 también se puede apreciar una inversión que perdura hasta nuestros  y popularizada por Iyengar en el siglo XX  bajo el nombre moderno de sarvāṅgāsana o la postura sobre los hombros, pero que en los textos más antiguos suele aparecer bajo el de viparītakaraṇī.

 Estas austeridades consistentes en invertir la posición del cuerpo de diferentes maneras se llevaban a cabo con un fin particular que hoy en día nos parecería extravagante y lejano al discurso en pos de la salud que suele dominar la narrativa moderna del yoga y que analizaremos a continuación. 

Viparītakaraṇī en el Joga Pradīpikā del siglo XIX

II. razones para invertir el cuerpo entre los sadhus y yoguis tradicionales

Una de las razones más desconocidas y a ojos actuales rocambolesca de porqué en los círculos de practicantes tradicionales se llevaban a cabo estas prácticas, es que se fundamentaban en la creencia que las mismas contribuyen a llevar literalmente el “semen” o bindu hacia la cabeza. Si, escucharon bien, aunque la vesícula seminal está bastante lejos del cráneo, en las ideas de la fisiología sutil del cuerpo yóguico, que es concebido como una representación a pequeña escala del universo, invertir el cuerpo era una forma de evitar la decrepitud y la muerte, y por lo tanto una forma de revertir dicho proceso, ya que esta energía o principio vital en el ser humano normal siempre está en constante desgaste y goteando hacia abajo y el proceso de invertir él cuerpo se concebía como una forma de ralentizar dicho proceso de desgaste del fluido vital. 

Una idea con tintes moralistas que perdura hasta nuestros días en ciertos círculos esotéricos, entre ellos algunos seguidores del neotrantrismo y también en las técnicas de cultivo interior del taoísmo y que también fue promovida por muchos de los gurús modernos que exportaron el yoga a occidente, especialmente por aquellos que se abocaron a la enseñanza de la meditación a partir de los años 70 como Muktananda entre otros y que si bien predicaban el celibato entre sus seguidores, en privado realizaban otro tipo de prácticas que llevó a muchos de ellos a tener problemas con la ley.

Por otro lado y de acuerdo a James Mallison quien aparte de ser un reconocido historiador y académico del yoga, y que a la vez ha sido discípulo de uno de estos yoguis tradicionales durante varias décadas, estas ideas siguen vigentes hasta nuestros días entre los sadhus y monjes errantes que han conformado estas particulares cofradías religiosas que siguen activas y que perduran desde tiempos antiguos. Es decir, la práctica del celibato y la retención voluntaria del semen continúan siendo una parte de las prácticas que llevan a cabo. Pero al hablar de este tema no podemos dejar de mencionar la prevalencia de practicantes masculinos dentro de las mismas. Por lo tanto gran parte de esta literatura yóguica sobreviviente desde tiempos medievales estaba destinada mayoritariamente a grupos de practicantes masculinos, que han sido mayoría y una constante desde los tiempos de Buda y que con las pocas excepciones de practicantes femeninas, la misma se ocupa de las necesidades de los primeros; una constante que sigue hasta nuestros días, algo que se puede atestiguar en el festival religioso más grande del mundo, el Kumbha Mela donde muchos de estos grupos de ascetas y yoguis coinciden cada doce años siguiendo un calendario astrológico. 

III. El influjo de los gurús populares en la praxis moderna de las inversiones y el yoga físico 

[...] de cada ser humano se pueden hacer varios retratos discontinuos y contradictorios; no hay que intentar fusionarlos. [...]  El error de los moralistas es querer vincularlos. Alain Danielou, “El camino del laberinto”. 

B.K.S. Iyengar en salamba sarvāṅgāsana.

A lo largo de varias décadas enseñando yoga he podido constatar el influjo que han tenido y siguen teniendo algunos gurús populares del yoga postural como Iyengar o Patabhi Jois en la forma en que los practicantes con experiencia previa en yoga suelen ejecutar estas posiciones; a menudo posicionando los pies en punta, las piernas en tensión y con el cuello rectificado tal como se lo puede ver por ejemplo a Iyengar en su icónico libro de 1966 “La luz del Yoga”. Este detalle no menor siempre me ha llamado la atención en relación a cómo determinadas instrucciones se fueron generalizando como una interpretación llamémosle “correcta” de cómo deben practicarse las posturas invertidas y el yoga físico en general.

También es probable que esta forma “rígida” de interpretar la práctica del yoga físico y las posturas invertidas provengan de otras influencias tales como la gimnasia sueca, que como bien ha demostrado Mark Singleton en su influyente ensayo “El cuerpo del yoga”, dialogaron en la India en las postrimerías de su independencia, con elementos del yoga antiguo dando origen a este nuevo yoga reformulado, ya que no deberíamos olvidar que el origen del yoga postural moderno está más cerca de un gimnasio espartano al estilo de los actuales de crossfit, que a un templo perdido en los Himalayas. 

Pero recién en los últimos 10 años las consecuencias de esta forma de instrucción ha sido reexaminada y cuestionada públicamente, al menos hasta que los efectos secundarios manifiestos en forma de lesiones producto de la práctica de dichas posturas y la manera poco didáctica y a menudo violenta de abordar su enseñanza llegó a la palestra pública, sobre todo a raíz de los vídeos e informes que ponen en duda este tipo de accionar por parte de varios de estos tótems del yoga moderno como los que visionamos al comienzo del ensayo y que hoy en día, afortunadamente, observamos como una conducta más que cuestionable.


Por otra parte, los reportes de lesiones en muchos casos severas por prácticas de posturas exigidas para el cuerpo como las que hoy nos ocupan, comenzaron visibilizarse a partir de la publicación de “La ciencia del Yoga” de William Broad en 2012, que relata pormenorizadamente los riesgos de una práctica inapropiada, y no hizo más que evidenciar un problema en la pedagogía en muchos casos autoritaria y sin una base empírica que muchos gurús populares han ejercicio durante décadas y que desafortunadamente fue replicada irreflexivamente por parte de los seguidores de estas escuelas de yoga. Esto en mi opinión no debería invalidar la figura y la importancia que estos promotores del yoga tuvieron en occidente, pero está claro que estos abusos de diferente índole no se deberían obviar y seguramente sin el auge del feminismo no se hubieran visibilizado.

 Quizás en algún momento encontraremos el punto medio entre la versión hagiográfica que a menudo defienden los seguidores de algunos de estos gurús, y el extremo de la cultura de la cancelación que niega la posibilidad de que haya algunos aspectos rescatables en en la obra de los mismos.